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martes, 27 de noviembre de 2012
LA HISTORIA DEL GATO BOB
La entrañable historia de un gato callejero y su compañero humano y de cómo se salvaron la vida mutuamente.
lunes, 26 de noviembre de 2012
Adiós al gran maestro
Mi primeras letras en este blog llegan cargadas de tristeza por la muerte de dos de los grandes de nuestro cine, José Luis Borau y Tony Leblanc. La actriz y directora, Iciar Bollaín, dedicaba en El País un emotivo e interesante artículo, a su amigo y mentor, Borau. Sus palabras representan el mejor homenaje que podríamos hacerle desde esta página.
Amistad entre secuencia y secuencia de Iciar Bollaín
Borau se ha muerto. Me llega la noticia temida y esperada, y no por
eso menos amarga. Los últimos meses han sido así, temer que en cualquier
momento el teléfono se llene de mensajes que me comunican que se ha
muerto uno de mis mejores amigos. Me embarga una pena profunda, y la
sensación de haber perdido algo muy valioso. Precioso. Único. Y con la
pérdida, la gratitud. No se puede perder lo que no se tiene, y me doy
cuenta de que he sido muy afortunada al haber contado con su amistad.
Porque a mí, ser su amiga me pareció siempre un regalo. Un lujo. Una de
esas cosas buenas de la vida que te pasan sin tú buscarlo. Lo conocí de
la mano de Manolo Gutiérrez Aragón, rodando Malaventura. Él
interpretaba a mi padre, y yo a su hija descarriada. Entre plano y
plano, entre secuencia y secuencia, me prendó su personalidad. José Luis
Borau era un hombre muy divertido, sin pretenderlo, incluso cuando se
enfadaba y daba voces. A veces no solo daba voces; también pataleaba en
el suelo, y entonces era desternillante, por más que su furia pusiera
los pelos de punta a más de uno.
Era peculiar en todo. A pesar de ser director y guionista era incapaz
de recordar una línea de su texto ni ninguna de las acciones que le
marcaba Manolo. Pero lo intentaba, con cómica tenacidad, y como un niño
que quiere cumplir y hacerlo bien, cuando Manolo decía “¡acción!” el
actor Borau también se decía “¡acción!” a sí mismo y solo entonces, a su
propia orden, movía su cuerpote desgarbado tropezándose con el decorado
y los extras que le esquivaban como podían.
Y ya entonces Borau, en aquel rodaje, decidió regalarme su tiempo.
Eso me pareció siempre. Que me regalaba su compañía, su conversación
inteligentísima, y también desde el principio, su cariño incondicional,
al que espero haber correspondido durante 24 años.
En ese tiempo hemos rodado juntos sus dos últimas películas, Leo y Niño Nadie,
hemos compartido infinidad de comidas, de charlas. Ha sido testigo del
nacimiento de mis hijos, ha comentado con ojo crítico, a menudo muy
crítico, todas mis películas. A la última se empeñó en ir y llegó a
duras penas, cuando casi no salía ya de casa, ayudándose con muletas.
Los últimos meses lo vi más que nunca, en su casa. A pesar de verle
apagarse, poquito a poquito, físicamente, visitarle era siempre un reto,
porque me exigía que le contara cosas. Si tú le preguntabas a él se
enfadaba, decía que no tenía nada que contar y que la que le visitaba
era yo, así que tenía que traerle noticias y novedades. Y antes de ir a
su casa hacía mentalmente los deberes, buscando algo que este hombre tan
culto no supiera ya, o no imaginara. Y escuchaba las noticias que le
traía con la ilusión de un niño, los ojos abiertos, el cuerpo ya
disminuido por la inactividad y los años, inclinado hacia delante,
atento, ávido. Se reía con las bromas, y aunque se agotaba, quería oír
más. Borau era así; intenso, extremo, ávido, curioso y enormemente
generoso.
Y tantas cosas más que otros glosarán: escritor, productor, director,
académico de la lengua, maestro... Yo solo quería recordar y despedir
hoy desde aquí al amigo. A mi amigo José Luis Borau.
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